Comenzamos con la tarde que echamos en una de las pequeñas riberas cercanas a Sevilla, en la que vimos pocos barbos en comparación con años de más bonanza hidrológica. A pesar de todo salieron peces de aquel bello lugar.
Otra cosa es lo que sucedió al día siguiente, cuando me dí cuenta de que había perdido mi caja de moscas en aquella preciosa ribera...
Otra de las excursiones fue un tanto accidentada, o mejor dicho, incidentada. Intenté pescar una zona muy poco conocida, a la que accedí saltándome varias vallas. Se trata de un pequeño embalse, casi virgen, pero en el que duré el tiempo que tardó en llegar el guarda de la zona y echarme de allí... mi gozo en un pozo. Aunque en ese ratito me dio tiempo de sacar algunos peces. Jejeje¡¡¡
Os dejo algunas imágenes de ambas jornadas.
Estábamos en una zona en la que, por estas fechas, las carpas de pequeño tamaño toman las orillas para la freza o para alimentarse después de la misma. Se agrupan en gran número, dejando marginados al resto de los peces. Al mediodía, en una gran recula, las carpas dejaron de comer y comenzaron a solearse. Era un espectáculo digno de presenciar; cientos y cientos de carpas, suspendidas cerca de la superficie, como dibujadas, inertes.
Me subí por la ladera para poder avanzar sin estropear aquella estampa. En las cercanías del desagüe de un pequeño arroyo descendí para ver si había barbos y bases buscando minitallas típicas en esos rincones. Ya en la misma orilla pude observar que sólo había carpas, algunas de las cuales estaban comiendo. Fijando bien la vista pude observar, en la orilla contraria y bajo la sombra que proyectaba una encina en el agua, una mancha rosacea que parecía la boca de un gran pez. Esperé un poco y aquella mancha se movió. Se giró un poco y pude comprobar las dimensiones de la cabeza de aquel animal. Se dio la vuelta y se quedó de espaldas a mi. Era el momento de lanzar....pero sin asustar a los peces más cercanos para evitar una gran espantada. Di unos pasos atrás muy despacio y lancé con la suerte de que la mosca aterrizó en buen lugar. Recogí despacio, se produjo la magia y el pez nadó hacia la imitación para tomarla. Di el cachetazo y el animal, con una gran sacudida, comenzó a sacar linea. Justo cuando me sacó toda la cola de rata y comenzó a salir la reserva veo que la carpa ha bordeado un obstáculo, supongo que una roca en el fondo de la recula. La linea seguía saliendo pero iba rozando en ese punto fijo. Tenía que hacer algo. Lo único que se me ocurrió era llegar hasta el final de la recula, cruzar el arroyo y desde la orilla de enfrente soltar el enganche. Dicho y hecho. Comiencé a correr en dirección contraria a la de la carpa. El corazón se me iba a salir del pecho. Mientras corría veía salir metros y metros de hilo de reserva, sin saber si tendría backing suficiente. Justo cuando cruzaba el arroyo ya se comenzaba a ver el fondo del tambor del carrete.... Me salvé por los pelos. Ya en la otra orilla corrí a favor de la carpa hasta llegar a la altura del obstáculo donde quedo enganchada la linea. La solté metiendo el puntero en el agua y tensé de nuevo. Entonces vi a qué distancia se encontraba la carpa. Al tensar la linea con la caña levantada fue saliendo del agua, indicándome en que lugar estaba el pez, a unos noventa o cien metros de mi.... eché a correr de nuevo hacia ella sin parar de recoger linea. El pez dejó de tirar permitiéndome acercarlo. Subió a la superficie. En ese momento pude verlo con claridad. Era mucho más grande de lo que pensaba. Se trataba de una común algo mayor que la royal que capturé el verano pasado. Sus dimensiones me dejaron alucinado. En uno de los embites que dan estos peces al ser orilleados la mosca se soltó...
No me lo podía creer.
Era evidente que no venía bien clavada. Seguramente los años han enseñado a esta carpa a tomar con cautela su comida, palpándola con sus carnosos labios antes de engullirla. O puede que yo clavara antes de tiempo... no importa, sólo por la experiencia vivida mereció la pena.
Hasta pronto