No lo voy a negar. A veces imagino escenas (no seáis mal pensados) en las que un pez de astucia y proporciones desmedidas se cruza en mi camino. Cómo presentar la mosca, de qué manera la tomará el pez, cómo afrontará la huida, son los pensamientos con los que me entretengo cuando doy rienda suelta a la imaginación. Hay días en los que, por la ausencia de picadas, hay mucho tiempo para pensar e imagino a menudo alguno de esos excepcionales encuentros . En ese tortuoso peregrinaje a lo largo de un embalse suelo soñar con ese pez que por unos minutos abandona las aguas profundas y fugazmente se acerca a una orilla lejana y solitaria en la que por azar me pueda encontrar yo. Cuando ya has vivido uno de esos encuentros no puedes olvidarlo, queda latente para siempre... y quieres repetirlo.
Era un día duro por tierras extremeñas. Una larguísima caminata sin ver un sólo pez me fue desgastando moralmente. El sol de justicia se encargaba de deshidratarme. Una recula más y me vuelvo, bueno otra más, quizás en la siguiente. Cuando estaba llegando al límite de mi paciencia sucedió. Andaba rodeando una punta en dirección a una gran récula. Las piedras de la orilla me obligaban a caminar con atención si no quería dejarme los dientes. En una de las miradas de reojo al agua veo una gran cola oscura y triangular asomar a la superficie. Con un rápido análisis entendí que se trataba de un barbo de gran tamaño. Comía con el cuerpo completamente vertical inmerso en una nube de lodo de la que asomaba su cola dando sacudidas . No sabía como afrontar el lance así que esperé a que el pez se moviera para lanzar la gran ninfa para carpas que llevaba preparada. En pocos minutos el pez decidió cambiar de comedero. Se acercó a la orilla con tranquilidad y comenzó a alejarse de mi. Era enorme. Con el corazón a mil hago un lance que posa la mosca a su derecha. La atacó a una velocidad endiablada... Un comizo de 72 cm... que rompió de cuajo la monotonía del día.
Hay días de pesca que te dejan muy buen sabor de boca.
Hasta pronto